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XXI Congreso Pedagógico 2016
ESCUELA CRÍTICA Y EMANCIPACIÓN
REGISTROS PEDAGÓGICOS Y SU POTENCIA TRANSFORMADORA DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA
Ponente: Martín Acri
Título: La educación técnico-profesional en Latinoamérica: primeras ideas y experiencias en Argentina en el siglo XIX
“Pero, mi patria, ¿es acaso el barrio en que vivo, la casa en que me alojo,
la habitación en que duermo?¿No tenemos más banderas que
la sombra del campanario? Yo conservo fervorosamente
el culto del país en que he nacido, pero mi patria superior
es el conjunto de ideas, de recuerdos, de costumbres, de orientaciones
y de esperanzas que los hombres del mismo origen, nacidos en
la misma revolución, articulan en el mismo continente,
con ayuda de la misma lengua”.
Manuel Ugarte[1]
“La educación empieza con la vida, y no acaba sino con la muerte.
El cuerpo es siempre el mismo, y decae con la edad; la mente
cambia si cesar, y se enriquece y perfecciona con los años. Pero
las cualidades esenciales del carácter, lo original y energético
de cada hombre, se deja ver desde la infancia en un acto,
en una idea, en una mirada”.
José Martí[2]
Introducción
Al analizar la historia Latinoamericana de la enseñanza y aprendizaje de los oficios, la técnica y las profesiones, lo que hoy conocemos como la educación técnico-profesional,surge a prima facie la necesidad de considerar la construcción pedagógica y social de un pensamiento y una modalidad educativa que desde sus orígenes estuvo vinculada con el mundo del trabajo y sus particularidades, con las decisiones políticas y económicas que las clases dominantes locales, en alianza con los capitales y Estados europeos o los EE.UU., que impulsaron proyectos educativos con la finalidad de modelar la formación de las clases trabajadoras y construir los sentidos nacionales necesarios para legitimar el orden y la desigualdad social imperante.
Ahora bien, tales proyectos no estuvieron ajenos de contradicciones o disputas dentro del bloque hegemónico de poder en cada país latinoamericano, sobre cuestiones como la alternancia productiva, la necesidad de la conformación de la clase trabajadora y la posibilidad de modernización o industrialización nacional. De hecho debe destacarse que dichos procesos de profesionalización productiva fueron, y son parte, de distintas etapas societales que convergieron en el desarrollo, desde mediados del siglo XIX, de un proceso internacional de división del trabajo más complejo, capitalista, que requirió la formación y especialización de la mano obra para la realización de las diferentes tareas productivas. Además, la propia clase trabajadora -local e inmigrante- generó a lo largo del período sus propias experiencias educativas, culturales y artísticas con la finalidad de contribuir en su formación intelectual y organización social, cultural y sindical, bajo las ideas libertarias y socialistas. “Los trabajadores comenzaron a adquirir por cuenta propia un pensamiento crítico, con un alto nivel de conciencia sobre la humana capacidad de transformar la situación cotidiana en la que se encontraban” (Acri, Martín y Cácerez, María, 2011: 16). Desarrollaron una serie de ideas y experiencias educativas que contemplaron las realidades culturales, étnicas y materiales de las distintas sociedades latinoamericanas.
En este sentido, hoy como ayer, es necesaria que nuestras experiencias educativas y culturales continentales sean analizadas con la finalidad de problematizarlas para que logre constituirse un pensamiento y una acción colectiva que contemple a nuestros pueblos y sus realidades, contradicciones y potencialidades.
Antecedentes históricos del pensamiento latinoamericano técnico-profesional, siglos XVIII y XIX
En primera instancia debemos tener presente que la obra educativa y el ideario pedagógico latinoamericano es abordado desde una mirada crítica y comprometida con nuestras particularidades, coincidencias y diferencias. Solo así es posible reconocer similitudes y diferencias, más allá de las cuestiones geográficas y político-sociales de cada país latinoamericano, en momentos en que logró erigirse un orden jerárquico basado en el supuesto de que el consenso y la disposición disciplinaria son valores intrínsecos a la propia naturaleza humana. A tal punto fue ello, que la educación se constituyó en una importante herramienta que el Estado capitalista utilizó para consolidar el orden social imperante, mediante la conformación de un sistema educativo que promovió la creación de escuelas primarias y secundarias, estas últimas destinadas a la formación de las nuevas generaciones de la clase dominante.
Expresadas estas consideraciones, partimos de la idea de que la educación técnico-profesional es el proceso social de transmisión y adquisición de conocimientos, hábitos y habilidades relacionados con las experiencias productivas, especialmente con las experiencias relativas a la elaboración y utilización de instrumentos, máquinas y procesos determinados de trabajo. Siendo su función principal la formación y el desarrollo del ser humano para el saber y especialmente para el ‘saber hacer’: resolver problemas según su formación técnica específica y desenvolverse en el mundo socio-laboral en el cual se encuentra inmerso.
En un sentido estricto la educación técnico-profesional es el proceso social de formación y desarrollo de conocimientos, hábitos y habilidades que capacitan para el saber trabajar, resolver problemas. Más aún, este tipo de educación ha sido formal o informal, escolar o no escolar y sus dimensiones y cualidades han estado condicionadas por los objetivos que históricamente cada sociedad determina para la educación. De hecho, cabe aclarar que el impulso de dicho proceso educativo estuvo vinculado con la división capitalista del trabajo a nivel internacional, que permitió la producción a gran escala de millares de productos manufacturados e industriales. En otras palabras, la división territorial del trabajo consolidó la producción regional de determinados productos, y la expansión del mercado mundial y el sistema colonial, que afianzaron las condiciones generales del sistema y posibilitaron el régimen de división del trabajo dentro de la sociedad, siendo la formación y capacitación educativa de la mano de obra -en las nuevas formas de trabajo industrial- un necesidad permanente del proceso productivo capitalista.
Desde mediados del siglo XVIII la formación para el trabajo y la educación técnico-profesional comenzaron a adquirir una mayor importancia social, dada la necesidad de formar al ser humano para saber trabajar y para resolver determinados problemas. Lo que enfatizó también su carácter práctico y de aplicabilidad para cualquier situación de la vida. En un sentido amplio el desarrollo de la formación técnico-profesional en Latinoamérica puede enmarcarse en una primera etapa que implicó una educación espontánea y directamente vinculada a las necesidades de la supervivencia, seleccionando primero, y después construyendo los instrumentos de trabajo que le permitieran a las personas satisfacer sus necesidades materiales básicas para la sobrevivencia; el hombre americano primitivo no sólo se enfrentó a los peligros de la naturaleza, sino que al igual que en los otros continentes fue transformándola a la vez que se transformaba así mismo. Además, la transmisión de las experiencias en la elaboración y utilización de instrumentos y herramientas, a través de la observación espontánea y las formas elementales de comunicación, se constituyeron en las primeras formas de educación técnico-profesional y en los antecedentes históricos de las actuales experiencias de educación de la modalidad.
Desde la colonización europea la educación técnico-profesional presentó rasgos muy coherentes con los de aquella sociedad estamental y profundamente desigual: sus peculiaridades fundamentales fueron tener un marcado carácter clasista y diferenciador de las actividades sociales y laborales a desarrollar. Más allá de que antes de la llegada europea, ya existían en Latinoamérica distintas formas de enseñanza y trabajo en actividades como las construcciones urbanas, minería, navegación, agricultura, arquitectura, orfebrería y pintura. También, es conocido que los mayas, aztecas e incas eran muy avanzados en sus conocimientos matemáticos, geometría, astronomía y en la organización del trabajo en sentido general. Por lo tanto, en Latinoamérica -a la llegada de los españoles- había gran desarrollo en algunos de los oficios y las técnicas artesanales relacionadas con la minería, las construcciones, la navegación y la agricultura, a partir de un aprendizaje práctico y teórico-conceptual.
Con la llegada europea surgieron tres grandes centros de desarrollo cultural, situados geográficamente en zonas mexicanas, centro-americanas y sur-americanas. En las tres habían nacido las clases sociales y existía el Estado, la educación era militar, religiosa y diferenciada de acuerdo a la posición estamental en la sociedad colonial. En los espacios culturales mencionados la educación técnico-profesional adquirió un desarrollo considerable que logró evidenciar la existencia de escuelas y adelantos logrados en la industria, agricultura, matemática, geometría, astronomía, arquitectura, pintura y orfebrería. A finales del siglo XVIII, en la mayoría de las colonias se evidencian algunos esfuerzos por lograr la institucionalización de la enseñanza de los oficios y algunas técnicas de trabajo manufacturado. Por ejemplo, en 1797 comenzó a funcionar en Santiago de Chile la Real Academia de San Luis que impartía artes industriales, con un tipo de enseñanza muy práctica y tomando en cuenta la vocación y aptitud de los estudiantes. Esta academia tuvo una importante biblioteca especializada, instrumentos científicos, laboratorio mineralógico, enseñanza de dibujo y matemáticas.
Dentro de los primeros exponentes que pensaron la educación técnico-profesional estuvo, desde la creación del Consulado de Buenos Aires en 1794, su primer secretario perpetuo: el doctor Manuel Belgrano, quien vuelto de España, tras sus estudios universitarios en la Universidad de Salamanca, emprendió la tarea de llevar adelante la dirección del mismo. Belgrano estableció los lineamientos generales del Consulado, con la finalidad de promover el fomento económico y el crecimiento productivo del Río de la Plata, al punto que un tiempo después, en la primera memoria consular de 1796, destacó la necesidad de crear escuelas porque había logrado observar en la capital virreinal:
“Una infinidad de hombres ociosos en quienes no se ve otra cosa que la miseria y la desnudez; una infinidad de familias que solo deben su subsistencia a la feracidad del país, que está por todas partes denotando la riqueza que encierra, esto es la abundancia; y apenas se encuentra alguna familia que esté destinada a un oficio útil, que ejerza un arte o que se emplee de modo que tenga más comodidades en su vida. Esos miserables ranchos donde ve uno la multitud de criaturas que llegan a la edad de pubertad sin haber ejercido otra cosa que la ociosidad deben ser atendidos hasta el último punto” (Belgrano, Manuel, en Gagliano, Rafael, 2011: 55).
Belgrano también proyectó la creación de variostipos de establecimientos educativos: una escuela de comercio, la escuela de náutica, la academia de geometría y dibujo, escuelas agrícolas, escuelas de hilazas de lana y de algodón y las escuelas de enseñanza primaria y para mujeres, que debían ser públicas, gratuitas y obligatorias en todo el reino. Establecimientos que lograron erigirse en algunas ciudades, villas y lugares del virreinato, tras los acontecimientos revolucionarios de mayo de 1810 en el Rió de la Plata. De hecho, su propuesta educativa estuvo relacionada con las ideas económicas fisiócratas -que había asimilado en España a través de los pensadores ibéricos como Campomanes, Quesnay y Jovellanos- para “fomentar la agricultura, animar la industria y proteger el comercio” (Belgrano, Manuel, en Gagliano, Rafael, 2011: 45). Pero como era de esperarse, en un momento de fuerte dominio colonial sobre el Río de Plata, estas primeras intenciones educativas de fomentar la enseñanza de determinados oficios, durante su gestión consular solo lograron concretarse tras la creación en 1799 de la Escuela de Náutica y de la Academia de Geometría y Dibujo (vulgarmente conocida como Escuela de Dibujo). Dos instituciones resistidas por la corona española, pero con una fuerte aceptación entre las familias criollas porteñas.
En términos generales, la obra educativa de Belgrano apuntó a la formación integral de la persona que el Estado debía asumir como necesaria para construir un país más justo y sobre bases que depusieran los injustos mecanismos de representación política y selección educativa colonial. Además, asumió que el progreso económico depende del conocimiento técnico y de los valores de la sociedad, haciendo referencia a los males que traería que los habitantes no estén suficientemente capacitados. Por lo tanto, la educación debía ser gratuita, a cargo del Estado y vinculada a las actividades comerciales y productivas que la nación debía promover en los talleres urbanos, en el ámbito rural y el comercio (Acri Martín, Belgrano, Jessica, Fioretti Martín y Piaggi Fernando, 2015: 65-87).
Otro de los más genuinos exponentes de las necesidades educacionales latinoamericanas fue el venezolano Simón Rodríguez (1771-1854), que dedicó gran parte de su vida a la crítica de la educación de su tiempo y a la educación y amistad que entabló como maestro del libertador Simón Bolívar. Rodríguez pensó que la enseñanza debía ser experimental y estar relacionada siempre con la naturaleza y la observación práctica de la misma. Entendía que la educación debía ser social y para el ejercicio pleno en la vida, debiendo así formar en un oficio determinado a la persona. En su libro Proyecto de Reforma Escolar para Venezuela, planteó lo siguiente:
“Hay quien sea de parecer que los artesanos, los labradores y la gente común, tienen bastante con saber firmar; y que aunque esto ignoren, no es defecto notable: que los que han de emprender la carrera de las letras, no necesitan de la aritmética, y les es suficiente saber formar los caracteres de cualquier modo para hacerse entender, porque no han de buscar la vida por la pluma: que todo lo que aprenden los niños en las escuelas, lo olvidan luego: que pierden la buena forma de letra que tomaron: que mejor aprenden estas cosas cuando tienen más edad y juicio, etc., de modo que en su concepto, era menester dar al desprecio todo lo que hay escrito sobre el asunto, considerando a sus autores preocupados de falsas ideas; suprimir las Escuelas por inútiles y dejar los niños en la ociosidad.
Los artesanos y labradores es una clase de hombres que debe ser tan atendida como lo son sus ocupaciones. El interés que tiene en ello el Estado es bien conocido; y por lo mismo excusa de pruebas. Todo está sujeto a reglas. Cada día se dan obras a la prensa por hombres hábiles sobre los descubrimientos que sucesivamente se hacen en la agricultura y artes, y éstos circulan en todo el reino para inteligencia de los que las profesan. Si los que han de estudiar en esto para mejorarlo ignoran los indispensables principios de leer, escribir y contar, jamás harán uso de ellas: estarán siempre en tinieblas en medio de las luces que debían alumbrarlos; no adelantarán un solo paso; y se quejará el público de verse mal servido pero sin razón. Las artes mecánicas están en esta ciudad y aun en toda la provincia, como vinculadas en los pardos y morenos. Ellos no tienen quien los instruya; a la escuela de los niños blancos no pueden concurrir: la pobreza los hace aplicar desde sus tiernos años al trabajo y en él adquieren práctica, pero no técnica: faltándoles ésta, proceden en todo al tiento; unos se hacen maestros de otros, y todos no han sido ni aun discípulos; exceptúo de esto algunos que por suma aplicación han logrado instruirse a fuerza de una penosa tarea (Rodríguez, Simón, 2004: 7-8).
Así, para Simón Rodríguez es posible hacer una lista de ideas alrededor de la dimensión social de la educación y sobre la educación para oficios y profesiones en relación con el contexto social de la época. Es evidente que Rodríguez no fue un caso excepcional, porque en el más esclarecido pensamiento pedagógico latinoamericano del siglo XIX ya están presentes los llamados hacia la educación experimental en contacto con la vida y en relación con las necesidades y las potencialidades económico-sociales regionales y continentales.
Palabras finales
En este trabajo hemos pasado revista a las primeras huellas de un pensamiento pedagógico vinculado a la educación técnico-profesional. Hemos recuperado centralmente el pensamiento de dos grandes patriotas latinomericanos: Belgrano y Simón Rodríguez. En ambos la vinculación entre propuesta política, desarrollo económico, emancipación y educación quedan visibles y nos ayudan a pensar en la necesidad de reconstituir un pensamiento pedagógico que comparta este nivel de integralidad. La idea de trabajo y el lugar central de la labor productiva en nuestra educación ha tenido vaivenes y debilidades. Es por ello que recuperar los aportes realizados desde una perspectiva popular al servicio de un proyecto emancipatorio es una tarea necesaria y de alta vigencia en la actualidad, cuando los proyectos políticos desestiman la posibilidad de generar un proyecto productivo autónomo. La reflexión y la defensa de la educación técnica profesional es necesaria como lo es también conocer y reconocer en nuestra historia aquellos que tuvieron un pensamiento a favor de una educación integral.
[1]Ugarte, Manuel, “La Patria Grande”, Lima 13 de mayo de 1913, en Ugarte, Manuel, La nación latinoamericana, Ed. Biblioteca Ayacucho, 1985, Caracas, p. 1.
[2]Martí, José,La Edad de Oro, Ed. Kapeluz, 1974, Bs. As., p. 116.