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XXVI Congreso Pedagógico 2021

COLECTIVOS Y COMUNIDADES QUE HACEN Y PIENSAN LA EDUCACIÓN PÚBLICA
AUTORES, LECTORES Y ACTORES

Ponente: Dámaris Castillo[1]

Título: ¿Por qué elegimos la docencia como profesión? Relecturas críticas

 

Palabras clave:  Derecho a la educación. Docencia. Elección. Conversaciones necesarias.

Introducción

La primera vez que me pregunté “por qué la docencia sí y lo demás no” ya había recorrido, por lo menos, un año y medio en la institución donde estudio. Creo que esta pregunta no solamente debería ser una pregunta que nos interpele una única vez y para siempre, considero que ella debería acompañarnos a lo largo de toda nuestra vida profesional. Una interrogación simple puede llevarnos a reflexiones profundas y a replanteos filosóficos sobre lo que somos, lo que hacemos, lo que creemos sostener, pensar y por qué lo hacemos.

Me parece pertinente pensar en esta oportunidad acerca del sentido de la pregunta que da inicio a esta ponencia: “¿Por qué elegí esta profesión? Evidentemente, esta es una formulación más que acertada, pues intentaré explicar los motivos por los cuales hoy la elijo, ya que no puedo asegurar si “deseo morir siendo docente” o si “voy a jubilarme siendo docente”.

Para poder explicar las razones de mi actual elección profesional, el desarrollo contará de tres ejes centrales. La docencia como camino de restitución, donde retomaré algunas ideas trabajadas en el texto de Pablo Pineau “La educación como derecho”; la docencia como punto de partida, en el cual mencionaré algunas opiniones de la autora Dora Fraiman Blatyta; y la docencia como actividad filosófica, donde analizaré la relevancia de la profesión docente a la luz de la conceptualización que José Pablo Feinmann hace de la filosofía como disciplina.

Finalmente, en las conclusiones intentaré reflexionar sobre la importancia trascendental de la pregunta, de preguntarnos acerca de nuestra profesión, e incorporar como parte del análisis las ideas del maestro Paulo Freire.

 

La docencia como camino de restitución

Creo que una de las causas principales por las que inicialmente elegí la docencia como actual profesión fue que el/la docente es una persona capaz de restituir al alumnx sus derechos vulnerados, ya sea por razones económicas, contextuales, sociales... La realidad que viven muchxs de nuestrxs alumnxs hace que lleguen al aula con muchos problemas que dificultan su aprendizaje: hambre, violencia intrafamiliar, falta de materiales y recursos escolares, baja autoestima, falta de credibilidad en sus propias capacidades, por citar una parte de la problemática.

Más de una vez me he sentido en ese lugar a lo largo de mi trayectoria escolar y tuve la “suerte” (porque no todos lxs profesionales de la educación son iguales) de conocer docentes que me han animado y alentado a superarme. Siendo hasta exagerada, me gusta decir que “la docencia salva vidas” siempre y cuando consiga abrir nuevos caminos posibles, generar puntos de vistas diversos, ayudar a construir futuro, sacar a la luz y provocar descubrimientos insólitos en uno mismo.

Así como Pineau expresa en su texto “La educación como derecho”[2], considero que el profesor puede devolverles a aquellos que se encuentran “a la intemperie”, es decir excluidos socialmente, la esperanza de volver a creer en un futuro mejor. Esa restitución, así como lo desarrolla el autor, tiene que ver con amparar, cuidar y generar espacios de seguridad donde lxs alumnxs puedan expresarse y ser (simplemente), como así también puedan equivocarse. Una de las cosas que más me gusta de la docencia es saber que formaré parte de ese cambio, saber que seré partícipe del proceso generador de nuevos espacios (en el campo político, social y cultural), desde donde podré ofrecer herramientas para que mis alumnxs ejerzan esos derechos vedados.

Con certeza, existen cientos de historias que nos inspiran y nos motivan a continuar en este camino de restitución. Una de ellas ha sido la historia de Valeria Mikolaitis, profesora en Letras, especializada en Educación y Derechos Humanos, quien realizó durante el difícil 2020 un Proyecto escolar en la Escuela de Comercio Nº 16 D.E. 7 “Gabriela Mistral” (Villa Crespo) en el marco del programa “Los Fiscales van a la escuela” del Ministerio Público Fiscal de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. La docente comparte dicha experiencia en el XXV Congreso Pedagógico 2020[3] al escribir que mediante este Proyecto escolar interdisciplinario buscó generar conciencia sobre las actuales problemáticas que tienen a las nuevas tecnologías como protagonista. En él, la autora presenta la categoría de “prosumidores”, esto es: “dar a nuestros estudiantes la propuesta pedagógica de salir del lugar de consumidor para ser productores”.

Cuando leí la propuesta y el desarrollo del trabajo en conjunto realizado por docentes y alumnxs, reconocí ese “abrigo” que Pineau menciona en su texto. Mikolaitis, al igual que otros miles de “héroes anónimos” (me gusta llamarlos así), son personas que no solamente llevan a cabo un trabajo incansable dentro de aulas, presenciales y virtuales, también son restituidores de derechos. A todos ellos: ¡GRACIAS! Porque nos recuerdan esta primera respuesta al interrogante inicial “¿Por qué elegí la docencia como profesión?”.

La docencia como punto de partida

Al encontrarnos con la voz de la autora brasilera Dora Fraiman Blatyta, en su texto "Mudança de habitus e teorias implícitas. Uma relação dialógica no processo de educação"[4], vemos el proceso de cambio de dos docentes respecto a la forma de enseñar que tenían como así también a la manera en que eran capaces o no de juzgar su propio trabajo. El texto menciona una metáfora que de alguna u otra manera puede explicar uno de los motivos por los que decidí elegir esta profesión: la "metáfora dos bastidores" ("metáfora de los bastidores"). La misma explica que un profesor puede cambiar y mejorar su método/abordaje cuantas veces lo desee a lo largo de su vida profesional. El/la docente tiene el poder de revisar su propia práctica pedagógica y analizar sus errores y aciertos, puede incluso cambiar de planes a mitad de camino en caso de ver que sus ideas iniciales no tuvieron los resultados que él esperaba.

La docencia es por ello un punto de partida en sí mismo, porque nos da siempre la oportunidad de preguntarnos y repreguntarnos en un recomenzar todas las veces que sea necesario. Es punto de partida porque tenemos la capacidad de elegir si continuamos trabajando con la misma metodología o nos aventuramos y asumimos los riesgos de explorar nuevas experiencias (asumiendo los riesgos), para lo cual podemos poner a trabajar al máximo nuestra creatividad (por lo menos así lo siento yo cada vez que tengo que pensar actividades para lxs alumnxs).

Así como lo explica la autora en el texto, las creencias e ideas de lxs docentes se modifican, revalidan, reconstruyen y repiensan continuamente. Son ellas las que forman y constituyen la moldura dentro de la cual se circunscribe el hacer diario del profesor en el aula. En mi opinión, la profesión docente nos permite ir avanzando a través de pequeños progresos y retrocesos que se dan, donde podemos detenernos a pensar si lo que hacemos está bien o no y, en caso de ser la respuesta negativa, cambiar de dirección. Para mí, la docencia es más bien un punto de partida y no de llegada.

En este mismo sentido, el autor citado en el apartado anterior dice algo en su texto que me llamó la atención: “… estamos proponiendo recuperar el horizonte de igualdad (…) Es necesario mirar de otro modo el punto de partida de los alumnos y el propio y confiar en que la educación abrirá posibilidades aún no conocidas.”. La docencia nos invita a eso constantemente: marcar nuestras propias líneas de partida y construir el camino de uno mismo posibilitando, a su vez, que los demás puedan construir los suyos.

Ahora bien, como parte de la comunidad educativa, cuando pensamos en nuestrxs alumnxs es casi una obligación de nuestra parte preguntarnos cómo es que se “sale” de una línea de salida que no existe. ¿Cómo construir un camino donde no hay camino? De eso mismo se trata lo que dice Pineau cuando expresa “mirar de otro modo el punto de partida de los alumnos y el propio”. Son miles lxs estudiantes que no pueden siquiera llegar al aula porque no tienen de donde salir, esto sin dudas se debe al contexto coyuntural adverso que no les permite tener acceso a la educación y cuando sí lo permite, es incapaz de asegurar tanto la permanencia como la finalización de sus estudios.

 

En su texto “La construcción de identidades en contextos de pobreza”[5], los educadores Mercedes Silvana Godoy y Roberto Mercado expresan su preocupación frente a esta incertidumbre que hoy atraviesa el dispositivo escolar. Plantean la urgente necesidad de repensar alternativas para esxs jóvenes que se encuentran desamparados y fuera del sistema escolar tradicional (al que ellxs califican como “homogéneo, evangelizador y rígido”). Lxs docentes tenemos la oportunidad, incluso cuando el contexto es complejo, de rever nuestra propia práctica pedagógica y recomenzar las veces que sea necesario. ¿Cómo pueden lxs “excluidos” del sistema recomenzar? ¿Desde dónde y hacia dónde? ¿Cómo puede hoy un adolescente con toda la complejidad que le atraviesa como sujeto dibujar esa línea de salida para recomenzar? Claramente, aquí encontramos la segunda respuesta al interrogante inicial: “¿Por qué elegí la docencia como profesión?”, pues ella nos permite crear puentes para que lxs estudiantes sin esperanza puedan volver a creer y abran nuevamente el camino. Godoy y Mercado nos advierten: “En la actualidad hay alternativas novedosas a nivel educativo como los bachilleratos populares y las Escuelas de Reingreso (...) Como docentes nos comprometemos a dar esa discusión, presentar esas alternativas como la solución a la exclusión de muchos chicos de la escuela tradicional y exigir su legitimación y universalización”.

Estas alternativas son para muchxs chicxs; en definitiva, ese lápiz que les permitirá reconstruir sus líneas de salida. En palabras de lxs autores, necesitamos “formatearnos” para cambiar la mirada sobre la complejidad que hay dentro de cada aula, en cada alumno. Ese “formateo” es el que posibilita modificar las ideas de lxs docentes, reconstruirse y repensarse, así como Blatyta lo propone en su “metáfora de los bastidores”.

 

La docencia como actividad filosófica

La filosofía es entendida como una práctica que nos lleva a detenernos, a parar un momento para poder reflexionar. Parar para pensar. Cuando se trata del filosofar entonces se trata de reflexionarlo todo. Por eso, se dice que la filosofía es una actividad que nos moviliza, que nos pone incómodos, porque así nos sentimos con la realidad que nos envuelve. El hombre se vuelve filósofo cuando se atreve a pensar. Y la filosofía, así como la plantea J. P. Feinmann, “implica tomar conciencia de la propia finitud”[6].

Esta disciplina fue valorizada históricamente justamente por el hecho de incomodar, de ir siempre un poco "más allá" mediante preguntas que en la mayoría de los casos no tienen respuestas y, si las tiene, con certeza son múltiples, ya que nos habilita a pensar y repensar. La docencia permite que el alumnx se cuestione todo el tiempo. Esto es para mí doblemente interesante, ya que como docente resulta significativo generar espacios de reflexión en un aula, porque trae aparejado la posibilidad de que haya tantos puntos de vista como alumnxs, y estos no siempre van a coincidir con los míos.

 

El reflexionarlo todo, así como sucede en lo filosófico, debe hacerse presente en el espacio escolar. Por eso elijo la docencia, porque considero que invita a quienes participan de ella a la actividad filosófica, a preguntarse y ponerlo todo en tela de juicio, a criticar y dudar acerca de las verdades absolutas.

Creo que esta profesión es la única que nos permite ofrecer más que conocimiento: nos permite generar sujetos críticos. Jacques Rancière escribe en su libro "El maestro ignorante"[7] que un verdadero docente es aquel que puede "emancipar" intelectualmente a sus alumnxs. No es enseñarles a repetir sino a pensar, no es hacer que respondan preguntas sino posibilitar el espacio para generarlas, ese es uno de los objetivos principales de nuestra tarea.

 

Conclusión

Respecto a la pregunta inicial que dio origen al presente escrito, hoy me es posible responder al interrogante “¿Por qué elegí la docencia como profesión?” porque entiendo que por medio de ella se restituyen los derechos negados a aquellos sectores más desfavorecidos, dándoles nuevas oportunidades en cuanto a su futuro. De la misma manera, es por medio de ella que se generan puntos de partida, haciendo posibles espacios de creación, autocrítica, cambio e innovación y, finalmente, creo que posibilita fomentar la actividad filosófica tanto dentro como fuera del aula por parte de toda la comunidad educativa.

 

Como dije al iniciar esta reflexión, el preguntarnos acerca de nuestras elecciones es un ejercicio sumamente positivo, porque así podemos entender por qué hacemos lo que hacemos. Hacernos ese interrogante nos ayuda a desarrollar nuestra profesión docente de una manera responsable. No reflexionamos si antes no ponemos en tela de juicio aquello que se encuentra previamente establecido. Justamente fuimos educados a lo largo de la historia de nuestra escuela para responder y no para cuestionar. En palabras de Kovadloff las preguntas nos hacen ver cuán faltos de respuestas somos[8]. Al igual que el filosofar, el acto de preguntar es atreverse a quedar a la intemperie, a soportar los enigmas. La docencia, en fin, saca a las personas de la “intemperie” de la exclusión para colocarlas en la “intemperie” del pensamiento crítico y reflexivo.

En el marco de este XXVI Congreso Pedagógico: “Colectivos y comunidades que hacen y piensan la educación pública Autores, lectores y actores”, hacemos una relectura de las ideas del maestro Paulo Freire a 100 años de su nacimiento. En “Cartas a los maestros”[9], el autor expone el “significado crítico” del acto de enseñar-aprender y considera que no es posible la existencia del primero sin la concurrencia del segundo, ya que quien enseña también aprende en el mismo acto. Para ello, el docente debe estar dispuesto a repensar lo ya pensado y a revisar sus posiciones desde la responsabilidad social que le es propia, entendiendo la profesión docente como “punto de partida” para la construcción y reconstrucción de un conocimiento que genera más dudas que certezas. Del mismo modo, entiende que solo transitando ese punto de partida antes mencionado es posible restituir el derecho de lxs oprimidxs, siendo imprescindible entender la docencia como una actividad filosófica por excelencia.

 

Referencias bibliográficas

Feinmann, J., P. (2006). Clase 1. En ¿Qué es la Filosofía? Buenos Aires: Prometeo Libros.

Fraiman Blatyta, D., Mudança de habitus e teorias implícitas – uma relação dialógica no processo de educação continuada de professores. Em O professor de língua estrangeira em formação de José C P de Almeida Filho (ORG). Editora Pontes, 1999 Campinas, São Paulo, Brasil.

Freire, P. (1994). Cartas a quien pretende enseñar. Buenos Aires. Siglo Veintiuno Editores.

Godoy, M., S., Mercado, R. (2020). La construcción de identidades en contextos de pobreza [Presentación en formato virtual]. XXV Congreso Pedagógico 2020, UTE-CTERA.

Kovadloff, S. (1990). “Qué significa preguntar”. Edición digital.

Mikolaitis, V. (2020). Redes sociales, ciberdelitos y brecha digital en tiempos de pandemia [Presentación en formato virtual]. XXV Congreso Pedagógico 2020, UTE-CTERA.

Pineau, P. (2008). La Educación como Derecho. Buenos Aires. Editorial Paidós.

Rancière, J. (2007). Una aventura intelectual. En El maestro ignorante. Buenos Aires: Libros del Zorzal.

 

Notas

[1] Dámaris Castillo, Bachiller Universitario en Derecho. Procuradora Judicial y Abogada egresada de la UBA. Estudiante del Traductorado Público de Portugués en UBA y del Profesorado de Portugués en ENS Lenguas Vivas.

[2] Pineau, P. (2008).

[3] Mikolaitis, V. (2020).

[4] Fraiman Blatyta, D. (1999).

[5] Godoy, M., S., Mercado, R. (2020).

[6] Feinmann, J., P. (2006).

[7] Rancière, J. (2007).

[8] Kovadloff, S. (1990).

[9] Freire, P. (1994).

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