top of page

XXV Congreso Pedagógico 2020

EDUCACIÓN PÚBLICA, REINVENTAR PEDAGOGIAS
COMUNIDADES, MEMORIAS Y SOLIDARIDADES EN TIEMPOS DE PANDEMIA

Ponente: Natalia Domínguez [*]

Título: Vínculos pandémicos. Un breve repaso de todo lo vivido durante la pandemia desde las emociones y los vínculos

 

Palabras clave:  Vínculos. Empatía. Pandemia. Virtualidad. Comunidad.

Introducción

 

Marzo de 2020, habíamos comenzamos el año escolar como cada año: período de inicio, llamados, pedido de documentación, todo lo que hacemos durante la primera semana de clases; hasta que, de pronto, la pandemia nos explotó en la cara a todes. Creíamos que se le encontraría una solución prontamente, pero no fue así; en Europa todo empeoraba y la distancia con el virus ya no era tan lejana.

Y así como se termina un fin de semana se terminó la presencialidad, y nos encontramos en casa bruscamente, con el gran desafío de continuar con las clases en modalidad no presencial.

Con la virtualidad llegaron preguntas, incertidumbre y miedos, a ellos se les sumarían otras cuestiones, como la falta de insumos y las largas horas frente a un aparato que en muchos casos solo se sabía encender para crear un documento.

Como adultes, cualquiera sea nuestro rol (alumnas/os o docentes), podemos decir que ya estábamos algo acostumbrades a la modalidad virtual y a la carga que conlleva, pero en nuestro caso, elegimos esta opción educativa debido a obligaciones laborales y/o familiares o la falta de tiempo, y porque todes sabemos que nuestra capacitación debe ser constante y continua.

Nos encontramos entonces frente al desafío de enseñar a nuestres alumnes de 3, 4 o 5 años y de jardín maternal también a través de la virtualidad. Nos preguntamos: ¿esto era posible? ¿Estábamos preparades? ¿Recibiríamos ayuda y contención? Estas preguntas surgieron en su momento, y a medida que los días y meses pasaban se fueron respondiendo.

 

Sentimientos y contratiempos

 

Es indiscutible que desde el inicio pusimos todo de nosotres como docentes para que nuestres alumnes continúen aprendiendo a su ritmo y con sus posibilidades. La pandemia nos dejó en claro que llegó para ponernos a prueba de manera inmediata, afectando a muches la falta de empatía al dar por hecho que todes les docentes éramos especialistas en informática. Y sentimos y vivimos el desconcierto, la desesperación y la famosa “malasangre” que generan las nuevas tecnologías que nos ahogaba y nos ahoga constantemente. En algunos casos, se sumaron los insólitos pedidos de nuestras instituciones: fue realmente caótico y angustiante salir al ruedo de esta manera. Para muches docentes trabajar a la distancia y en plena pandemia no solo afectó la salud, sino la economía de sus hogares.

Durante estos meses utilizamos nuestros propios dispositivos, nuestra Internet, nuestra luz, nuestros planes de datos para los celulares, ya que muchos y muchas docentes no tenemos una PC, o en algunos casos porque las computadoras desde febrero/marzo se encontraban en el servicio de reparación y continuaron sin respuesta alguna.

Pero no solo esto fue una complicación o motivo de angustia: de un día al otro tuvimos que armar grupos de Whatsapp o Facebook con el propósito de enviar actividades; para lograrlo, en muchos casos, tuvimos que buscar ayuda de familiares o vecinos.

Al poco tiempo comenzaron las peripecias, los pedidos de auxilio para descargar Zoom o Meet para las reuniones de personal, sumando a lo laboral las clases de nuestros hijas/os, el teletrabajo de nuestras parejas, las capacitaciones fuera de nuestro horario laboral —recuerdo una especialmente que comenzó a las 18 hs. y terminó pasadas las 21hs., como si debiéramos justificar un sueldo por un trabajo que hacemos desde casa y que creen fue y es inferior al estar en la escuela—. A esto se sumaba la presión del “miren que deben estar”, ”es obligatorio”. Frente a algunas respuestas:

—¡A esa hora no puedo!, tengo cursada

—¡No tengo internet!

—¡No puedo ingresar! ¿Qué hacemos?

Siguieron otras: 

—Ay no sabemos chicas, fíjense, traten de estar, porque es obligatorio.

Y así pasó con muchas otras cosas que se fueron agregando, como el pedido de relevamientos, primero sobre las familias con COVID-19 y luego otros que eran irrelevantes, como el pedido de información respecto del nivel académico alcanzado por las familias;  ir a buscar (si o si) los registros y completarlos; el exigirnos que para cada entrega se le otorgue algún detalle a las familias para que sepan que estamos presentes, cuando siempre desde el 16 de marzo la mayoría lo sabía.

Sentimos que la falta de comprensión y de empatía fue y es atroz por parte de algunos directivos, aunque sabemos que también gestionan presionados… sin embargo ¿Hasta qué punto se puede aceptar todo lo que se pide en las famosas “bajadas”?

Comenzamos a implementar actividades a través de padlets —que muchos y muchas compañeras no tenían ni idea cómo crear—. La propuesta era armar juegos online, editar videos, realizar powerpoints para los que no habíamos contado con una preparación previa, porque no hay capacitaciones abiertas del Ministerio o el Área para todos y todas los/las docentes. Llegaron también pedidos para que los drives estuvieran más completos, con carpetas de alumnos y evaluaciones (¿qué evaluar?), planificaciones, que en un comienzo fueron de una secuencia adecuada a cada grupo.

Hacia mitad de año comenzaron nuevas “bajadas”: llegaron los cuadernillos de Ciudad y con ellos los contenidos prioritarios que ya no tenían que ver con nuestros grupos, las reuniones con las familias, con los y las niños/as por Zoom cuando ya se sabía que prácticamente no teníamos devoluciones, todo se debía entregar de un día para el otro, todo inconsulto; todo así, tal como llegaba a los correos, así se debía cumplir.

Estos pedidos generaron mucha desilusión, incertidumbre y temor o desinterés por estar haciendo algo que no iba a invitar a las familias y a sus hijos/as a participar. Porque si algo aprendimos en el nivel inicial es que las familias eran nuestros intermediarios, debíamos llegar primero a ellas para que los contenidos y objetivos se lograran.

Carlos Skliar (2017) afirma que nuestro rol como docentes se encuentra  desprestigiado ya que “Una de las cuestiones más interesantes —y por ello la más preocupante, la más compleja— es la de entender al educador como aquel que da tiempo a los demás —tiempo para pensar, para leer, para escribir, para jugar, para aprender, para preguntar, para hablar— y se da tiempo a sí mismo —para escuchar, para ser paciente, para no someterse a la lógica implacable de la urgencia por cumplir metas, finalidades, programas—”. Lo citamos porque coincidimos en el desprestigio del rol, porque gran parte de la sociedad escucha un discurso que los medios de comunicación repiten constantemente. Lo grave es que esos discursos son tomados de frases o comentarios como los proferidos por la Ministra de Educación de la CABA que constantemente nos estigmatiza y persigue.

 

Pero no solo en cuanto a nuestro trabajo. Como docente de Nivel Inicial, he visto la falta de interés porque nuestres niñes no tengan insumos —desde antes de la pandemia y durante—. Y eso sucede porque creen que lo único que el nivel hace con les niñes es jugar y ver algún que otro videíto. Y aquí me pregunto: ¿nuestro rol es desprestigiado solo por autoridades educativas y por medios de comunicación? No lo creo, muchos otres actores juegan un papel importante quizás sin darse cuenta.

 

Virtualidad / Comunidad

 

Nos encontramos luchando contra los pedidos del Área que se difunden desde las supervisiones, hemos sentido la invasión de esta modalidad de trabajo en nuestros hogares y en nuestras vidas al intentar llegar, cumplir, colaborar con las familias de nuestres niñes a quienes prácticamente no tuvimos la oportunidad de conocer, pero con quienes había que entramar el vínculo, sostenerlo.

Trabajo en un jardín del Barrio Rivadavia en el Distrito Escolar 19, mi último día con alumnos y alumnas fue el miércoles 11 de marzo, mi último día en el jardín fue el 13 de marzo, cuando ya sabíamos que no se volvía.

Junto a otras compañeras del equipo docente recolectamos material, documentos, datos, porque sabíamos que de alguna manera tendríamos que estar en contacto. Así fue que armamos los grupos de Whatsapp con aquellos que nos respondían; a los que no, se los llamaba constantemente hasta que nos atendían y nos contaban que estaban sin crédito pero que se comprometían a ver el grupo cuando tuviesen. De mi grupo, solo cinco familias de un total de veinte lograban utilizar algún dispositivo, encontraban forma de conectarse, aunque ninguna tenía acceso a PC, y pudieron realizar propuestas, participar de las actividades, responder, sumarse a las invitaciones. ¿Y el resto? Algunos tuvieron que priorizar a sus hijos que cursaban otros niveles educativos como primaria o secundaria y se disculpaban por no participar; en otras familias, el único dispositivo con el que contaban se lo llevaba el que salía a trabajar y no regresaba hasta la noche. 

Por ese motivo algunas respuestas o dudas nos llegaban a medianoche, al atardecer o los fines de semana.  La comunidad es agradecida, saben de nuestro esfuerzo y se sinceran sobre sus dificultades durante este duro año en que muchas familias quedaron sin trabajo, otras se enfermaron, algunas debieron mudarse a provincia porque no tenían dinero para pagar el alquiler, entre muchas otras situaciones. Las familias necesitan contención y ahí estuvimos los y las docentes, buscando donaciones, repartiendo material, contactándonos con agrupaciones, comedores, merenderos y demás. La escuela estuvo presente y se convirtió en “la gran organizadora social” (Angélica Graciano, 2020). En nuestra comunidad, el jardín donde me desempeño fue su referente.

Por eso nuestros enojos ante pedidos incomprensibles y las presiones con que hicimos la tarea, pero también el enojo por el Estado ausente, sin respuestas ante las necesidades de nuestros alumnos, alumnas y sus familias.

Supimos todo este tiempo que las familias requerían ayuda, apoyo, insumos, conexión; solicitamos por ellos dispositivos, tarjeta alimentaria y conexión, estuvimos solos y solas y en muchas ocasiones  nos ignoraron.

Pero eso no nos detuvo, no nos importó, continuamos reclamando por ellos y ellas. ¿Y que recibimos? Agravios, castigos, docentes sumariados por entregar tarjetas para que las familias pudiesen conectarse, incumplimiento de paritarias y lo último fue la exposición (de toda la comunidad) al virus, por quejosos/as, a lo que ellos (GCABA) llaman la vuelta a clases (burbujas); cuando NUNCA NOS FUIMOS, NUNCA DEJAMOS DE DAR CLASES, haciendo lo imposible para que nadie quedara desconectado a pesar de la brecha digital existente.

 

A modo de conclusión

 

Dice Freire acerca de nuestro rol: “El docente es constructivista, su papel es ser modelador, coordinador, facilitador, mediador y participante, tiene que conocer los intereses del estudiante y sus necesidades. Solo interviene cuando se lo necesita, debe estimular el proceso cognitivo de sus estudiantes con su aprendizaje, a investigar, descubrir, comparar y compartir ideas”; cabe preguntarnos si en este contexto de pandemia fue posible llevarlo adelante, si pudo sostenerse. No hay ninguna duda de que pudimos. Solo que ha sido algo diferente, no como acostumbramos, pero pusimos todo de nosotres para garantizar el derecho social a la educación, por asegurar la continuidad sosteniendo el vínculo con las familias, que en nuestro nivel, es fundante. Porque sin ellas, sin su presencia, nada hubiese sido posible. Si algo sobresalió de esta experiencia, de este “vínculo pandémico”, fue el trabajo en equipo, la unión que hace grande a la escuela pública.

 

Quizás  este trabajo en equipo, un colectivo afianzado y unido, sea lo que más molestó a ese sector que lo único que hizo durante estos meses fue estigmatizarnos, perseguirnos y denigrarnos de la peor manera, pretendiendo hacer creer a la sociedad  que no nos importa nada, que solo hacemos política ¿Acaso educar no es un acto político? Como si en esto hubiese algo malo. O instalar la idea de que nuestres alumnes, nuestres niñes, no tenían clases, cuando todes sabemos que ese apuro por abrir escuelas no era otra cosa que proteger intereses privados.

Para ir cerrando, creo que es sumamente necesario cambiar la mirada e involucrarnos, invitar a compañeres a participar de interpelaciones, autocríticas y resoluciones, para que las decisiones tomadas en nombre de la educación, por educadores y educandos, sean más amplias y aporten una mirada social, menos centrada en lo administrativo, menos verticalista,  que se gestione de manera más democrática e igualitaria; para que todos los actores  tengan voz y sean tenidos en cuenta.

Porque si algo me enseñó mi paso por la escuela pública es que para defendernos y defenderla es preciso estar unidos/as, como afirma Paulo Freire, porque “La capacidad de aprender, debe servir no sólo para adaptarnos sino sobre todo para transformar la realidad, para intervenir en ella y recrearla”.

Referencias bibliográficas

 

-Freire, Paulo (1997) Pedagogía del Oprimido. Buenos Aires. Siglo XXI

-Graciano, Angélica (2020) “En esta pandemia, la escuela es la gran organizadora social”. Disponible en: https://latfem.org/en-esta-pandemia-la-escuela-es-la-gran-organizadora-social/

-Skliar, Carlos (2017) “La educación tiene que ver con el encuentro difícil, arduo, entre la infancia y la adultez”. Disponible en: https://www.noveduc.com/noticia/1607

 

[*] Docente en DE 19. Profesora de Educación Preescolar. Diplomada en Educación y discapacidad. Diplomada en abordaje interdisciplinario del maltrato, la violencia y el abuso sexual.

bottom of page