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Maestro Cacho Carranza, ¡presente!, ahora y siempre

Carlos Alberto “Cacho” Carranza nació el 4 de diciembre de 1949 en Buenos Aires. Cursó la escolaridad primaria en la Escuela Nº 9 del Distrito Escolar 11 y la secundaria en la Escuela Normal Nacional Nº 2 “Mariano Acosta”, egresó a fines de 1966 como Maestro Normal Nacional. Ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y luego cambió de carrera para seguir los estudios en Ciencias de la Educación en la Facultad de Filosofía y Letras. Comenzó a ejercer la docencia en 1967 en la Escuela Nº 11 del Distrito Escolar 19 “Evaristo Carriego” (hoy Escuela Nº 15) en Portela 3150 de Villa Soldati. En 1968 realizó una suplencia en la Escuela Nº 1 del Distrito Escolar 10 y volvió a la Escuela “Evaristo Carriego”.

En 1968 participó de la Comisión Docente de la C.G.T. de los Argentinos y luego de la Agrupación Peronista Docente en 1969. Tuvo una activa participación en la huelga que se expresa en todo el país en contra de la reforma educativa el 18 de noviembre de 1970. En ese año conformó y fue miembro de la comisión directiva de la Asociación Unificadora de Educadores de Capital (AUDEC). Este espacio integró la Central Unificadora de Trabajadores de la Educación (CUTE), que luego confluyó en la constitución de la CTERA en julio de 1973, en Huerta Grande, provincia de Córdoba.

Desde 1974 Cacho vivió junto a su esposa Marcela Cristina Goeytes en su domicilio de la calle Galván de Villa Urquiza. El 26 de agosto de 1975 nació su hijo Nahuel. Entre el 16 y el 17 de agosto de 1976 Cacho y Marcela fueron secuestrados-desaparecidos de su domicilio. Ella estaba embarazada de dos meses. Nahuel fue entregado por quien estaba al frente del operativo a unos vecinos y de ese modo el pequeño llegó a las manos de su abuela. En ese momento Cacho ejercía la docencia como maestro de grado en la entonces Escuela Nº 1 del Distrito Escolar 19. Continúan desaparecidos hasta el día de hoy. 

En su memoria, el 12 de septiembre de 2002 se sancionó la Ley 884 de la Ciudad de Buenos Aires que dispuso nombrar “Maestro Carlos Alberto Carranza” a la Escuela Primaria Común N° 20 del Distrito Escolar 19 de la calle Martínez Castro 3061.

En el mismo año 2002, la Comisión Directiva de UTE creó el Instituto de Formación e Investigación Maestro Cacho Carranza como reconocimiento a su trayectoria pedagógica, política, militante popular y sindical. Desde entonces se trabaja en el marco de su memoria. Algunos registros que dan cuenta de este proceso se encuentran publicados en los siguientes enlaces.

Blog: historiacongresosute.blogspot.com

Wixsite: https://pedagogicoutecongr.wixsite.com/website

Cacho Carranza figura en la publicación Baldosas X la Memoria I de Barrios X Memoria y Justicia, Buenos Aires, Instituto para la Memoria 2011. Integra el listado de Detenidos-Desaparecidos y Asesinados de los barrios de Villa Lugano, Villa Soldati y Villa Celina. La lista de les compañeres de Soldati figura en la página 250 de ese texto; y en la siguiente página están las fotografías de todes, incluido Cacho.

El 10 de septiembre de 2014, la Comunidad Educativa de la Escuela Nº 26 "José Mármol" del Distrito Escolar 15 junto a la Unión Trabajadores de la Educación (UTE), la Comisión Memoria y Derechos Humanos de la Comuna 12, Barrios x Memoria y Justicia de la Comuna 15 y el Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex Esma), participaron en el acto de Colocación de Baldosa y Homenaje al Maestro Carlos Alberto “Cacho” Carranza, en la puerta de la escuela en el barrio de Villa Ortúzar. La baldosa fue realizada por alumnas y alumnos de 6º y 7º grado en el marco de una secuencia didáctica de contenidos que se inició en el mes de marzo en el marco del Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia.

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Maestro Cacho Carranza 

“La respuesta, amigo mío, está soplando en el viento”

Daniel Demárcico 1

 

 “Cuántos caminos debe recorrer un hombre/antes de que le llames hombre/

Cuántos mares debe surcar una gaviota/antes de dormir en la arena/

Cuántas veces deben volar las balas de cañón/antes de ser prohibidas para siempre/

La respuesta, amigo mío, está soplando en el viento.”

Bob Dylan, Blowing in the Wind.

 

Primero me parece importante subsanar un error. Cuando en una ocasión me preguntaron cuál es el primer contacto que tengo con Cacho,2 recuerdo inmediatamente que el estaba en el primer banco y yo en el segundo en nuestra escuela secundaria… Fue durante una clase de inglés. Lo que se transcribe es que yo le hago una pregunta a Cacho y que él me contesta diciendo acerca del profesor: “es una bestia”. Y la anécdota es completamente diferente. En esa época cabe considerar que, hasta que no sale Sgt. Pepper’s de los Beatles, no había letras en inglés, no teníamos acceso al idioma inglés. Había pocos, tres o cuatro, a quienes habían mandado a estudiar inglés, Cacho había ido el año anterior a unas clases antes de ingresar al secundario. El profesor escribe su nombre, no sé cuánto Smith se llamaba, todos lo conocían por Pepe. El viejo entró hablando en inglés, puso “teacher” y yo lo toco a Cacho y le digo: “Cacho, ¿qué quiere decir ‘teacher’?” [“teacher” pronunciado literal]. Cacho se da vuelta y me dice: “Ticher, bestia”, me lo dice a mí. Y en el libro al que aludo, figura que Cacho se da vuelta y me dice: “Sí, es una bestia el profesor”. Cacho era incapaz de dirigirse así a un profesor, porque sobre nosotros sobrevolaba la imagen de nuestras madres en ese momento, con todo lo que nos habían metido. Entonces, a la figura del profesor no se le podía decir nada, y además la educación era así. Ese es mi primer diálogo prácticamente con Cacho. A partir de ahí fuimos haciéndonos un poco más compinches en los recreos, en las salidas, en las tareas que había que hacer.

Recuerdo algo que puede causar un poco de gracia pero es el primer atisbo, cuando en un recreo Cacho me dice: “Tendríamos que hacer alguna organización”. Teníamos doce años, no teníamos mucha idea… “¿Organización de qué?” Cacho me dice: “Y, tiene que ser una organización política”. No teníamos mucha idea de lo que tendría que ser una organización política. Yo le digo: “¡Ah! Fenómeno”. Y reclutamos a varios de los compañeros, nosotros íbamos a hacer el acta fundacional de eso y le pusimos un nombre muy pomposo: Organización Juvenil Restauradora. Estábamos un poco desinformados de las cosas, con el bagaje que traíamos de nuestras casas…; nuestra organización tenía que ser profundamente cristiana en relación con los otros y tenía que ser antiperonista. Claro, años después cuando le comento esto a otro compañero, Ricardo Micheli, me dice: “Y, ¿no te das cuenta? que a nosotros nos educaron para ser maestras, no maestros”. Porque la maestra tenía el significado de aquella que podía ascender socialmente, entonces trataba de emparentarse con el pensamiento de los patrones para desligarse de aquello que hoy se llama “aporofobia”, creo, el temor a los pobres: alejémonos de esto por más que seamos pobres nosotros; si queremos ascender, tenemos que pensar como pensaban los otros.

Nosotros teníamos las figuras fantasmales de Irma, su madre, y Emilia, mi madre, que eran las que nos llevaban a las manifestaciones de la iglesia, pero sin que les importara mucho, nos decían “porque hay que hacer número”. Entonces estábamos convencidos de que Perón había quemado las iglesias. Pero no pasó mucho tiempo… Cacho otra vez fue quien me dijo: “Encontré… Habría que buscar…”, porque él venía siempre y me largaba las ideas a mí y que yo me hiciera responsable de buscar los destinos o los lugares donde podíamos encontrar… Me dice: “Habría que buscar alguna grabación de Perón” (eran todas clandestinas en esos momentos). Yo sabía que había una disquería en Avenida de Mayo que en un sector aparte tenía casetes con pensamientos, conferencias, algún relato periodístico, de alguno que le hubiera hecho algún reportaje… Y, bueno, fuimos a buscar eso porque Cacho había conseguido un desgastado libro de conducción política. Hasta ese momento habíamos estado recolectando otras cosas… (gracias a eso tengo una excelente colección de panfletos antiperonistas de la época, libros, folletos). De repente Cacho me dice: “Me parece que va a haber que revisar todos estos [en alusión al material que teníamos reunido] porque no va por este lado”. A mí ya me habían intentado reclutar, fuimos un par de veces juntos, no nos pareció porque salíamos con unos tizones. No teníamos como para reclutar gente y poníamos OJR, Organización Juvenil Restauradora. Una vez, salgo de una escuela en la calle Belgrano, que no existe más, y estaba escribiendo en un cartel y se me acerca un pibe que era mayor que yo, porque era el hermano de un compañero de la Primaria, creo que se llamaba Urbina, y me dice: “¿De dónde sacaste el tizón?”, porque eran unos tizones que se repartían entre los militantes peronistas, de la época de “con tiza y con carbón somos todos de Perón”.

Entonces ahí empezamos a revisar un poquitito la historia y a tener entrevistas con algunos profesores que eran las ovejas negras dentro del Mariano Acosta, porque eran decididamente peronistas. Cacho es el que lleva esa iniciativa, y vamos a una reunión de Tacuara, porque este tipo era de Tacuara. Vamos a un par de esas reuniones y ahí creo que hicimos el corte: que había algo que nosotros no sabíamos y algo que nos hacía ruido por dentro de esta organización. Entonces, rápidamente, nos esfumamos de esas reuniones que eran clandestinas y también disolvimos nuestra maravillosa organización juvenil restauradora, donde decíamos que los líderes tenían que ser San Martín y Rosas, Perón estaba excluido.

Pasamos a empezar a reconvertir la historia, pero en realidad Cacho es el que se interesa y tiene conversaciones largas en los recreos y en las horas libres con un par de profesores, me parece que una era Irma Cairoli, la escritora, y el otro Mandolini Guardo. Yo en esa época andaba medio extraviado, Cacho era el que estaba ubicándose. Me parece que es la protohistoria del Cacho en la organización, en un tipo de organización… Cuando hacemos esto tenemos doce años, no tenemos mucha idea, no tenemos ninguna idea en realidad de cómo es, pero sí, ya, de lo que queríamos hacer, queríamos estar dentro de… Hacer algo para los demás y bueno… Con errores de base totales, pero creo que ahí empezó un poquitito la cosa.

Cacho tenía también dos fanales de la iglesia ultracatólica, ultraderecha, que eran su abuela y su tía abuela, y el abuelo que murió al poco tiempo; murió el padre y después el abuelo. Este abuelo era quien le traía los diarios para que Cacho leyera, porque él era un chico que a los doce años leía los diarios, entonces encontraba cosas… Cuando él aparecía y decía: “Tengo una idea brillante”, yo empezaba a temblar porque sabía que nos íbamos a meter en alguna situación de despelote. Me acuerdo que una vez me vino a hablar de túneles… (después esto se reproduce en otros años). Nos fuimos a meter, sin tener conciencia de que estaban haciendo un soterramiento de túneles en el acueducto, por la parte de Libertador me parece que era, nos metimos hasta que el agua nos empezó a llegar a los tobillos y nos encontramos con una reja que daba al río, un peligro total… Inconscientes de ese tipo de cosas, alcanzamos a salir hasta que algún operario que estaba ahí nos rajó poco menos que a patadas. Otra vez, entre otras cosas que queríamos hacer como manera de atraer la atención, fuimos a tratar de subirnos al puente de La Boca, allí nos agarró la policía.  Cacho tenía… no el llanto fácil, era la imagen de que Irma no se fuera a enterar, entonces se deshacía en disculpas, pedidos, ruegos y… nos dejaban ir. Eso sucedió varias veces con él.

Los chicos no leíamos el diario en esos momentos, porque tampoco en todas las casas se compraba el diario. Pero Cacho estaba siempre informado, se ve que el abuelo lo incitaba a leer y, además, cuando él veía que algo le interesaba y era alguna entrada, el abuelo se la sacaba y la sacaba para que fuera con algún compañero. Y eso se prolongó aun después de la muerte de su abuelo, las viejas seguían dándole dinero para comprar entradas para ir al cine, entradas para ir al teatro, entradas para algún espectáculo, y como éramos un grupo que nos movilizábamos a todos lados, Cacho tenía la precaución (yo ahora lo veo a la distancia) de ofrecer la otra entrada cada vez a uno distinto, porque no teníamos plata, contábamos las monedas, los billetes, para sentarnos en algún lugar.

Él siempre descubría los lugares. Después me tocaba a mí, como aparentaba más edad tenía que gestionar la entrada. Él tenía una cara de infante que no engañaba a nadie.  Y así fuimos a muchos lugares como el cine Arte. Una de las primeras películas que fuimos a ver fue “West Side Story”. Fuimos con Cacho y un grupo más al cine Arte, era “en continuado” y la gente no se movía, entonces los que teníamos entrada queríamos entrar y los otros no salían… De los pocos que se habían levantado, algunos entraban con cuentagotas, nosotros entramos y nos sentamos en el piso del cine Arte, cuando era una sala única, teníamos solo una fila delante de gente sentada en el piso también. Estábamos viendo la película maravillados y de repente alguien nos toca el hombro, era el personal del cine que nos daba la entrada para que volviéramos en resarcimiento y fuéramos otro día a verla, así que regresamos otra vez.

Soy consciente de que montones de las cosas que descubrimos como grupo era porque Cacho las traía, de alguna manera con el aporte de las dos viejas, que eran bastante siniestras. Al punto tal que Cacho me decía: “No importa, el día que se mueran vamos a venir con un camión, lo ponemos en culata, nos llevamos todas las antigüedades, las cosas que tienen y las vendemos” [risas]. Eran terribles las viejas, eran dos viejas “iglesieras” muy muy terribles, con las que Cacho mantenía unas discusiones, unas peleas que a veces… para uno que estaba invitado en la casa se hacían… porque las viejas le concedían todo, pero todo con alguna rúbrica de “m´hijito esto”, “m´hijito lo otro”. Una vez les pidió la casa para hacer una reunión, un baile… Otras de las cosas que hacíamos, hacíamos bailes que se llamaban “las reuniones de Judas”, y las viejas, que tenían una imagen que habían rescatado de la iglesia, sobre la chimenea, de un metro y medio, la imagen no sé si era de San Cayetano o de San Judas, le decían: “Me imagino que será San Judas Tadeo y no Judas Iscariote”. Y Cacho me decía: “No le digamos nada que nosotros queremos rescatar la figura del pobre tipo que se ahorcó porque no supo qué hacer”.

Como esas, montones de historias. Cacho descubrió los recitales que había en la Alianza Francesa y ahí íbamos…, de ahí descubrió CHEZ Tatave, que ya estaba funcionando en la galería que estaba en la calle Córdoba, en La Coupole, el viejo que salía a tocar el acordeón nos soportaba porque íbamos todas las semanas, pero después venía y me hacía responsable a mí, me decía “llévese a su hermana que me trae muchos problemas, por favor”, porque teníamos una amiga que armaba bastante escándalo.

Cacho era el que siempre se largaba en punta y después no sabía cómo resolver las situaciones de lo que había encontrado y allá yo me tenía que hacer un poco cargo de la situación; pero él descubrió el cine Arte, la Alianza Francesa… Otro boliche que había en esos momentos era La Casserole, donde vos entrabas y te cortaban la corbata y la colgaban. Nosotros no teníamos corbatas como para tirar [risas] pero bueno… Digo: “Cacho, ¿dónde me trajiste?”. Era un boliche precioso, se comía muy bien… Otro día encontró un bar que se llamaba el Bar Toyos, que estaba, si mal no recuerdo, Corrientes entre San Martín y Reconquista, por ahí…, yendo hacia el Bajo de la mano derecha. Era un bar atendido por todos japoneses, los mozos eran japoneses, toda gente muy grande; el bar tenía unas sillas de esterilla hermosas, unas mesas redondas de mármol… y después, cuando andurréabamos por el centro, que íbamos al cine, al teatro, u otro lugar, los domingos recalábamos ahí. Ahí descubrimos también el Centro de Artes y Ciencias, los primeros recitales de Nacha Guevara fuera del Instituto Di Tella.

Nos invitaban porque éramos raros, nos invitaban a esos lugares porque éramos los pocos raros que andaban por la calle Corrientes… Pero no nos querían, se interesaban como, más o menos, un adorno para que venga el turista o el que quiere pagar para ver a los raros… Me acuerdo que se desató un escándalo, porque había una exposición… no era Marta Minujín, no era Álvarez, ni ninguno de los más o menos conocidos, me acuerdo que había unos cuadros que eran espejos con unas mangueritas colgadas. Nos aburrimos muchísimo, y estaban filmando… y claro, filmaban la obra pero, cuando nos vieron a nosotros, nos vinieron a filmar a nosotros. Cacho desplegó entonces un enorme poster que tenía de los Rolling Stones, así que nos echaron poco menos que a patadas de la exposición, porque el pintor, el escultor, todos los que exponían, vieron que no se prestaba atención a la obra “por estos”. Ese es otro de los recuerdos que tengo de él.

Admirábamos mucho a Sandro. Un día él “se había levantado” a unas chicas y nos hizo puente, porque Cacho era muy entrador y simpático, y nos fuimos a un lugar… le digo: “Cacho, ¿a dónde vamos?” Y él me dice: “Vamos a ver a Sandro”. “¿A dónde? Pero hoy es domingo a la tarde”. Y fuimos a un lugar que se llamaba Salón Reducci Guera Italiana en la calle Sáenz Peña y Estados Unidos. Era un salón de una colectividad y sí, tuve la ocasión de estar ahí, porque éramos treinta tipos nada más. Me acuerdo que estábamos ocupando un palco como si fuéramos figurones esperando a Sandro. Había una orquesta tropical que era horrible, con unas trompetas desastrosas, una cosa insoportable… y la gente no les daba bolilla. Y Cacho, muy Cacho, me dice: “Aplaudámoslos a estos tipos, aplaudámoslos a rabiar porque están sufriendo en el escenario. Nadie les da pelota”. Entonces unos cuantos arreciamos con los aplausos, los tipos nos agradecieron con una cara de “por fin”, porque la gente empezó a aplaudir también, hasta que terminaron y vino Sandro.

Cacho también fue el primero que nos trajo los tres primeros vinilos de Joan Baez, Bob Dylan y Creedence Clearwater Revival y casi todas las novedades. Me acuerdo que su comentario fue: “Por fin… ahora te voy a poder prestar discos yo”, porque yo era siempre el que compraba discos y le prestaba a él.

Cacho era de descubrir mucho, todo el cine que veíamos un poco de avanzada, nos reuníamos todos los domingos, salíamos para ir al cine todos los domingos. Con esa cosa que él tenía de fijarse quién podía pagar la entrada, quién no, y después íbamos a tomar algo.

También fue un precursor en lo que íbamos a leer. Me acuerdo que un día se apareció con La espuma de los días de Boris Vian. Habíamos cumplido 14, 15 años. Años más tarde descubrimos, gracias a él, a Jacques Prévert, con unas ediciones que había bilingües. Tiempo después me regaló el segundo volumen de Paroles que lo tengo, está todo garabateado, todo escrito por él y los mensajes que puso en el libro.

En ese tiempo, nos fuimos en invierno a Gesell, dormimos en un camping. No podíamos tener más de 15 ó 16. Después fuimos en los veranos, tengo fotos, pero no está Cacho porque él sacaba las fotos. Éramos absolutamente menores, ¿sabés por qué me acuerdo? Porque sería el año más o menos 66, cuando Cacho cumplió 18 años, que hizo el festejo en la casa de las tías, me acuerdo de su torta con la libreta de enrolamiento, es clásico del momento.

Otra cosa que lo pinta también de cuerpo entero… Quisimos formar un grupo musical, pero no teníamos plata para los instrumentos ni sabíamos música ni nada. Yo era el que cantaba. Entonces como regalo de cumpleaños contrató una banda de rock, pero con el propósito, no que la banda tocara en el cumpleaños, sino que me acompañara a mí, porque él quería que yo delante de la familia cantara “Soplando en el viento” de Bob Dylan (Blowing in the Wind). Porque él había traído la primera grabación que se conoció en el país, la encontró, no sé cómo, que no fue la de Bob Dylan sino la de Carlos Waxemberg que había grabado un doble con “Soplando” y algunas otras canciones de Pete Seeger, y hacía una introducción en castellano para que pudiéramos entender cuál era la letra. La introducción era tremenda para nosotros, en esa edad escuchar que decía: “Cuántos caminos debe recorrer un hombre/antes de que le llames hombre/ Cuántos mares debe surcar una gaviota blanca/antes de dormir en la arena/ Cuántas veces deben volar las balas de cañón/antes de ser prohibidas para siempre/ La respuesta, amigo mío, está soplando en el viento.”

Cacho se metía en todo ese tipo de cosas, era una máquina multiplicadora de proyectos y sus ideas eran maravillosas y fantásticas. Llegó a establecer un correo de intercambio epistolar con alumnas de una escuela de Estados Unidos, pensando en un levante internacional y después nos enteramos que eran chicas de Primaria. Digerido el fiasco, nos quedaron las letras en inglés. Me acuerdo que nos mandaron “Vísperas de la destrucción” de Barry McGuire y “Masters of War” de Bob Dylan (“Maestros de la Guerra”). Tuvimos la letra en inglés y en castellano. Para nosotros fue una sacudida tremenda encontrarnos con eso, tengo la hoja tipeada que Cacho me pasó. A veces nos íbamos a algún lugar donde había un recital, como esos que la Embajada Francesa promocionaba mucho que se hacían en pequeños teatros, pequeños lugares que no sé de dónde Cacho los sacaba y teníamos un repertorio preparado por si surgía la oportunidad…, porque Cacho con esa generosidad que tenía decía: “porque vos tenés que triunfar como…”. Eran un par de canciones “existencialistas” porque Cacho había encontrado los libros de Jean Paul Sartre y estábamos fascinados con Gilbert Bécaud, con Edith Piaf.

Un día me dice de un lugar que se llamaba Pasarotus –que es La Cueva–, fuimos caminando. Dábamos vueltas por un lado, otro…, hasta que encontramos el boliche; claro, el problema era cómo entrar porque éramos menores; ahí me acuerdo que yo pasaba porque tenía apariencia de más grande. Además, yo me había dejado bigote ya, por una cuestión de insolencia con la autoridad del Mariano Acosta; éramos dos, uno en un turno y otro en otro que usábamos bigote, y a mí creo que me dejaban porque suponían que estaba tan loco que no valía la pena meterse conmigo. Por entonces andábamos buscando un boliche de jazz que en realidad era antecesor de éste [Pasarotus], se llamaba Jamaica. Por supuesto, no pudimos entrar porque eran unos horarios…, era donde iban los músicos argentinos a tocar jazz, creo de madrugada, cuando terminaban con sus trabajos. Malvicino. cuando terminaba con alguna grabación con algún cantante, firmaba como Milo y su conjunto, Baby López Furst, Calandrelli, López Ruiz, todos los jazzeros. Ahí no pudimos entrar, pero a Pasarotus, que después se llamó La Cueva (en algún momento se llamó La Cueva de Sandro y volvió a llamarse La Cueva) sí, ahí fuimos muchas veces; nos parecía que era un lugar para nosotros pero solo abría los jueves, viernes y sábados, nada más. El problema con ese lugar era que la única manera de no ir preso era llegar cinco minutos después de la redada o irte cinco minutos antes de que llegaran.

Un día en agosto del 67, Cacho me dice: “Están ‘Los Gatos Salvajes’”. Él había conocido el disco, estaba fascinado con “Los Gatos”. Fueron primero “Los Gatos Salvajes”, después se llamaron “Los Gatos”. Me dijo: “Están tocando, quiero escuchar ‘La Balsa’ en el momento, en el lugar donde la tocan estos tipos”. Y bueno, fuimos esa noche; el lugar era minúsculo, nos sentábamos en unos tablones que estaban sobre unas latas de cera rellenas con arena, y bueno… escuchamos; todavía Moro tenía la batería con el nombre de “Los Gatos Salvajes”. Lito Nebbia estaba sentado al lado nuestro con unos anteojitos tipo John Lennon. Lo único que hacían era meter ruido en ese lugar que era muy chiquitito, el escenario estaba pegado a un ventanuco que había a la altura de la vereda. Debía de ser el único lugar donde entraba un poco de aire. Cómo sería que en un momento están tocando “Estoy muy abatido” y Lito Nebbia canta Sally la Lunga, o sea que ni ellos escuchaban lo que estaban haciendo. 

Había como una costumbre tácita en todo el mundo (porque era otro momento) en donde tenías que estar siempre corriendo de la policía, ya fuera por una cuestión de ideas políticas, porque usabas el pelo largo, porque los menores no podían estar por la calle. Una serie de dificultades hacía que siempre había que estar observando a ver si no venía la lanchita.  Entonces había como un entendimiento tácito que cuando yo decía: “Nos vamos, está la cana”, nadie discutía nada por más que la estuviéramos pasando bien.  Y ese día pasó algo así:  yo vi a alguien en la escalera que desentonaba con el lugar, dije: “Nos vamos”. “No, pero estamos pasándola bien”, y bueno, nos fuimos. Obviamente, cuando llegué a la escalera, escuché las palabras consabidas de: “Disculpe, señor, documento, por favor”. Bueno, ahí se produjo una situación medio extraña, como que uno intenta pasar por el costado para rajarse, el policía tenía mi cédula en la mano…, si la miraba me agarraban así adentro, porque la cédula estaba adulterada, rota, era un desastre. El tipo golpeaba la cédula con la mano para parar al otro y yo inocentemente creí realmente que me la daba. Cuando salgo, el policía de la puerta me dice:

– ¿Te dejaron salir flaco?

– Sí.

– Bueno, entonces ya te vas.

– No, tengo que esperar a mis amigos.

– No, flaco, no entendiste, vos te vas ahora, me dijiste que te vas ahora.

– No porque yo voy a esperar.

– Vos te vas ahora porque dentro de diez minutos venimos con el camión celular y nos llevamos todo lo que tenga patas.

Y ahí lo agarraron a Cacho. Él era menor. Entró al patrullero y no me voy a olvidar jamás la cara, esa fue la primera vez de su contacto del otro lado de la ley, metido en el patrullero, nosotros pidiéndole al policía que nos dijo: “Ya no hay nada que hacer, váyanse…”, era otro momento. Era de madrugada, tuvimos que llamar a Irma para que lo fuera a sacar, nos quedamos… Irma se puso hecha una furia y dijimos: “Escapemos de los 'cuatro jinetes del Apocalipsis en uno' que se nos va a venir encima”.  Pero decidimos hacerle el aguante a Cacho y nos quedamos en la vereda. Era otra época evidentemente, los que nos llevaban presos eran los de “Seguridad Personal”, una división que había en el Departamento de Policía. A Cacho tenía que ir a buscarlo la madre porque era menor, nosotros nos quedamos en la vereda, donde yo tomé los apuntes de lo que había pasado esa noche porque siempre llevaba un morral donde tenía todas las porquerías que te puedas imaginar y siempre llevaba una libreta para anotar y ahi escribí lo que había pasado esa noche.

No nos dejaron estar en la vereda. Y fuimos a un bar donde siempre íbamos a ver amanecer, un barcito… la pizzería Nápoles en Congreso y ahí terminé de escribir el relato, después hubo algún agregado. Luego Cacho me cuenta que la vieja le dijo de todo a la policía, pero absolutamente de todo, lo defendió como al mejor, después lo mató a golpes cuando salió, pero ahí delante les dijo de todo, que por qué no se dedicaban a otra cosa en vez de molestar a los chicos, etc., etc.

Cacho, con la vieja en el medio, peleaba con el Comisario que lo reprendía y que le decía se callara la boca. Él me contó que el Comisario decía:

– Usted qué va a hacer a ese lugar que es un antro de perdición, está lleno de drogadictos, pederastas, prostitutas, y no sé qué más.

Y Cacho decía:

– Yo fui a ver a “Los Gatos”. 

– Qué tiene que ir a ver a ese grupo de degenerados –le decía el tipo.

– A mí me gusta –e Irma decía: “cállate la boca”–, y Cacho replicaba.

El Comisario decía: 

– Yo le voy a mostrar el prontuario de esos tipos, así mírelo, es como la guía telefónica.

Le habrá mostrado el prontuario de lo que tenía a mano. Desde ese día tuvimos vedado ir a ver a “Los Gatos”, y no nos hicimos ver por la casa de Irma y de las tías por un tiempo hasta que se calmaron las aguas.

Era un momento donde se vivían esas cosas… Después Cacho empezó a trabajar con un grupo en la parroquia de Nuestra Señora del Valle en la calle Córdoba, era la época de los curas tercermundistas, no puedo precisar la fecha cuándo Cacho empieza a comprometerse más con la investigación y las prácticas políticas.

Recuerdo, con esto de las historias cíclicas, que teníamos un profesor de historia que se llamaba Boitano, David Boitano, que era un tipo… como un dandy. Cacho estudiaba pero no teníamos conocimiento de idiomas realmente. Entonces Cacho dice: “el cardenal Richelieu” [pronuncia Richelie]; “Riyelié” (el profesor); “el tratado de Artois” [pronuncia literal]; “Artuá” (el profesor)”. Es como si lo escuchara hoy al tipo diciendo Riyelié, Artuá, Calé… (por Calais). Cacho se sentaba en esos momentos en el primer banco, al lado mío.

Un día Cacho estaba jugueteando con la tapa de una birome Bic con el banco, el pupitre se levantaba… y estaba este profesor delante de él tratando de leernos algo, me parece que era el diario del Descubrimiento América de Pigafetta. Cacho estaba con cara de medio embolado, estaba jugando con el capuchón… parecía un chico de 10 años, aburrido totalmente. De repente aprieta… el capuchón sale y le pega en el ojo al tipo y le rebota… Yo creí que Cacho se descomponía, y decía: “Perdón, perdón, fue sin….”  Ahí se acabó el Calé, el Artuá, y apareció: “Fuera, fuera, fuera, 10 amonestaciones, fuera…”. Y Cacho desesperado por cómo le iba a decir a Irma que había sido un accidente. Era una ofensa gravísima para alguien que tenía el perfil de un dandy…

Tiempo después, cuando fui a trabajar a una escuela, había pedido el traslado, Cacho me cuenta que Boitano había trabajado allí a la mañana. Hubo una historia media extraña ahí… existía la idea de que había intentado suicidarse. En realidad, el profesor Boitano estuvo en Estados Unidos y luego en Europa. Murió en España. Tenía dos sobrinos desaparecidos, los hijos de Lita Boitano, Adriana y Miguel Ángel Boitano. El movimiento circular que nos emparenta con este tipo de cosas…

Cacho había descubierto el cine de la Nueva Ola, veíamos La terraza, por ejemplo, Tres veces Ana… queríamos ver qué pasaba con los jóvenes viejos, toda la fantasía que había sobre Gesell… Fuimos a Gesell y no había nadie, había una cuadra para un lado y otra cuadra para el otro. Después fuimos en el verano, yo me llevaba a Henry Miller para leer y él leía a José Ingenieros, en esa época ya había estado buscando otro de tipo de literatura, de historia, que justificara aquello que nuestras madres nos habían vendido. El trabajo para nosotros fue doble, fue sacarnos de encima la “deseducación” que habíamos tenido, encontrar el porqué nos habían vendido ese tipo de cosas, buscar y comparar lo otro. Entonces, ahí se justificaba que Cacho leyera a José Ingenieros en la playa…, tenía ese tipo de lecturas.

Después, un verano, él no fue a Gesell porque se fue a trabajar con un grupo al Chaco. Me mandó una tarjeta, era un paisaje desértico… y Cacho ponía: “Sí, lo que ves es así, acá no hay una mierda, no hay nada, es todo arena, arena, polvo, polvo y arbustos chamuscados. Pero estamos trabajando para las comunidades indígenas”. Fue el primer trabajo solidario de envergadura que Cacho hizo en un lugar totalmente inhóspito.

Cuando pudimos viajar, nos fuimos al sur, queríamos ver a un amigo nuestro, Norberto, éramos los tres más amigos. Cuando le llegó el momento de la colimba, lo mandaron a Junín de los Andes, entonces nos fuimos con Cacho para visitarlo. El problema era cómo hacíamos para que lo dejaran salir porque en ese momento no tenía franco. Yo tenía un aspecto muy, muy, muy estrafalario. Como no nos dejaban entrar, a Cacho se le ocurrió: “¿Y se le decimos que venimos a tocar acá con un conjunto?”. Con eso nos dejaron pasar, le dieron asueto de varios días a nuestro amigo, con el compromiso de que fuéramos a cantar y a tocar en el Casino de oficiales de Junín de los Andes. De Junín de los Andes rajamos para San Martín de los Andes, para Bariloche, estuvimos en Zapala.

En esos momentos, Cacho ya estaba comprometido con el peronismo. Era 1971… Estuvimos en El Chocón, cuando El Chocón era un lugar de viento y construcción nada más. Él siempre iba a hablar con los obreros. Me acuerdo una vuelta con la gente de los ferrocarriles, los peones que estaban ahí, la gente más humilde, más pobre, le decían que estaban mal y Cacho les hablaba: “Bueno, pero confíen, confíen porque cuando vuelva Perón esto va a cambiar”. Era 1971. Yo en algún momento le decía: “¿Por qué no te dejás de romper las pelotas con militar? Tenemos que ir a ver algún lugar…”. Estábamos tratando de ver la nieve y de cada localidad que salíamos, nevaba al otro día cuando ya no estábamos. Hicimos Cutral Có… Pero siempre la nieve iba detrás nuestro. O sea, regresamos sin ver la nieve. Luego de llevar a nuestro amigo al cuartel, escapamos diciendo que teníamos otro compromiso, que tocar en otro lugar, que no podíamos estar más tiempo, pero que íbamos a volver. Cacho ya hablaba con toda la gente de esos lugares, hablándoles de Perón, de las esperanzas que podíamos tener si Perón volvía.

Cacho se iba despegando del grupo de los que parábamos en El Colombiano, en la Galería del Este, en esos lugares, porque se iba comprometiendo más con la militancia política. Tenía siempre lo que él llamaba “las ideas brillantes”. Como él oficiaba de fotógrafo, no está en las fotos de los viajes.

Tengo muy presente que Cacho en ese entonces empezó a repudiar, no el estilo de vida que habíamos llevado, porque era contestatario para la época. Creo que en ese momento él ya se había empapado más de lo que era la vida sindical, la vida de gremio. En esa época participa de las reuniones de los maestros, de lo que iba a ser AUDEC. Tengo la imagen de que, de alguna manera, ese fue el nacimiento de Cacho como referente, dirigente. Recuerdo una situación, había una batahola…, faltaba que volaran las sillas. Se armó una discusión feroz entre las señoritas maestras que decían: “No, no, no hay que hablar de política, nosotros somos colegas”. Y Cacho saltó sobre una especie de mampara que había en un costado y empezó a reclamarles silencio y atención, y a decir la palabra “compañeros”. “Compañeros, compañeros, hay que tener calma compañeros. Cálmense compañeros”. Recuerdo la indignación de un montón de maestras que abandonaron la reunión porque “no somos compañeros”. “Compañeros” era una palabra peronista, entonces somos “colegas”. Yo creo que ahí fue un momento donde Cacho adquirió mayor predicamento sobre sus pares, como para traer calma a la reunión, a una asamblea que se estaba tornando inmanejable. Creo que fue en el local de CAMYP en Avenida de Mayo 953, primer piso.

Ya habíamos empezado a trabajar como maestros. A veces corregíamos juntos trabajos de los alumnos, yo los de mi escuela y él los suyos. Y yo le decía: ¿Cómo le ponés 10 a ese tipo que le marcaste tantos errores…? Cacho decía: “Porque hizo el esfuerzo, porque es un tipo al que le cuesta mucho y yo tengo que valorar su esfuerzo”.

Me acuerdo que él leía a los chicos Robin Hood. Cacho me decía: “Yo tengo que usar lo que se necesita en este momento” y agarraba la tijera y tijereteaba las revistas, tijereteaba el libro porque los chicos precisaban tener esa imagen. Él tenía una visión superadora de lo que tenía que ser la educación con respecto al trato del maestro con los chicos.

Cacho como maestro se había metido en Villa Soldati, apasionado con escuchar a sus alumnos y por comprender y comprometerse en la transformación de muchas situaciones injustas. Seguimos compartiendo momentos, a veces yo veía que sus alumnos llegaban a la escuela en carros tirados por caballos. Muchos venían de recolectar la basura con cosas para vender. Entonces cobraba sentido todo el proyecto renovador que quería encarar Cacho a través de su lucha sindical.

Quise comenzar este escrito con el mundo que compartimos desde la escuela secundaria, quedan pendientes otras experiencias vitales, pedagógicas y políticas. Me gustaría agradecer esta convocatoria por parte de les compañeres del XXIV Congreso Pedagógico 2019 porque para mí también significa saldar una deuda con Cacho, porque siempre me propuse escribir sobre él –yo que fui su amigo más cercano, fuimos como hermanos– y nunca pude concretarlo. Esto es como dejar testimonio para cada persona que quiera conocer íntimamente a Cacho Carranza. Hay cosas que solo se entienden cuando uno tiene una mirada hacia lo que es la actividad sindical, lo que es la actividad política y lo que es el compromiso del ser humano con los otros seres humanos. Y la de Cacho me parece que, desde el primer momento cuando yo lo conocí, fue una historia así.

 

Notas

1 Daniel Demárcico. Maestro Normal Nacional. Profesor para la Enseñanza Primaria, Psicólogo Social. Es autor de más de una decena de libros de poesía.

2 Héctor Pastorino, Carlos Alberto "Cacho" Carranza: militante, cristiano, maestro desaparecido, Buenos Aires, Ediciones Deldragón, 2012.

Maestro Carlos Alberto "Cacho" Carranza, Cacho

Gerardo Cirianni

 

Y si después de tantas palabras no sobrevive la palabra!

Si después de las alas de los pájaros, no sobrevive el pájaro parado!

Más valdría, en verdad, que se lo coman todo y acabemos!

César Vallejo, Poemas humanos.

¿Por dónde empiezo?

No hablaré de Cacho en el solo orden cronológico de los acontecimientos compartidos. No burocratizaré la memoria. No edulcoraré los recuerdos. Diré lo que se de él, lo que vivimos.

Las cosas van en torbellino, sin orden pero creo que con mucho concierto: el del sueño de un mañana mejor para todos, sin mezquindades ni cálculo.

¿Por dónde empiezo? El día en que murió el General Perón estábamos trabajando en la escuela 11 del entonces distrito 19.

Bajamos al patio, nos abrazamos, lloramos. La gente del barrio empezó a llegar espontáneamente a la escuela. A la hora había más de cien personas. Venían a abrazarse con los “pibes maestros peronistas”. Éramos cuatro los claramente deschabados.

Recuerdo que fuimos a la cocina y les pedimos a las señoras que trabajaban que empezaran a preparar café. Las señoras lloraban y preparaban café.

En el patio de la escuela comenzó entonces un espontáneo velatorio. De alguna manera todos estábamos velando a nuestro padre.

Durante tres años lo vi todos los días, desde las ocho de la mañana a las cinco de la tarde. Éramos los maestros suplentes que además de poner de cabeza la lógica del quehacer cotidiano en la escuela nos íbamos a La Quema a buscar a los pibes que faltaban mas de tres días.

El techo del comedor estaba pintado de blanco pero había días en que era bastante negro pues las moscas siempre fueron hermanas del basural. Y no sé si existió en la capital un basural de la dimensión del que abrazaba a Lugano, Soldati y Parque de los Patricios.

Para ese entonces yo ya había ido a alfabetizar a Chile en el verano del 71 y recuerdo muy bien cómo Marcela, su compañera, me pidió que armáramos unas mateadas en el patio de la casa de Soldati para conversar con los compas de la Villa que querían sumarse a una campaña de alfabetización. Fueron varias las reuniones y una de ellas se cruzó con un 9 de julio. Llega al recuerdo un locro inolvidable cocinado y orquestado por el Pocho Muro, tan tucumano él, tan Pacífico, tan Argentino que así se llama el compa: Pacífico Argentino Muro.

Fechas, encuentros y desencuentros

El 17 de noviembre del 73 la escalinata de la plaza del Congreso nos vio juntos cantando el Himno Nacional, esperanzados en que los maestros pronto tendríamos Sindicato Nacional en serio, con federaciones, con confederación.

En aquella época muchos nos miraban de reojo. Decían que AUDEC (Asociación Unificadora de Docentes de Capital) era un invento peronista, que armábamos un engendro pues no soportábamos estar en minoría y que… Lo cierto es que mas allá de dimes y diretes había algo que nos diferenciaba y que era compartido, por ejemplo, con los compañeros de La Matanza, o de General Sarmiento y de varios mas del conurbano bonaerense: queríamos estar en la CGT, sentíamos que ese era el lugar natural de los trabajadores. Hoy esa discusión parece vana. Sin embargo era un gran parteaguas en la época. Cacho, yo y unos cuantos más, dimos discusiones, soportamos injurias, nos enfrentamos a quienes nos veían como descocados muchachos peronistas.

Yo trabajaba también en provincia, en La Matanza. Las reuniones sindicales muchas veces eran en la sede de la UOM. Mis compañeros de pelea cotidiana en la histórica Unión de Educadores de la Matanza eran Mary Sánchez, Hugo Yasky, Delia Bisutti.

Cuando en la mañana llegaba a la escuela 11 de Capital y volvía a sentir la hostilidad de los rostros de compañeros que aún no entendían nuestro modo de ver el camino que teníamos que recorrer para que la organización de los maestros no fuera burlada, sentía más y más admiración por Cacho. Es más difícil, más árido recorrer el camino cotidiano por un sindicato unido, digno y a la altura de los intereses de los trabajadores, cuando peleás a contra corriente. Y esa era la apuesta de Cacho cada día.

Me voy a otras dos fechas inolvidables. Noviembre 17 del 72. Perón regresa al país después de 18 años. No llegué al aeropuerto porque los gases para nosotros empezaron en la avenida Rivadavia a la altura del puente de Liniers. Le dije a Cacho que iría con la Juventud Peronista de Liniers, creo que por invitación del compañero de Delia Bisutti y los compañeros de FOETRA, pero que seguro nos veríamos allá. Ezeiza era algo mucho mas pequeño de lo que es hoy. Ezeiza fue ese día un mito genial. El río Matanza nuestra frontera. Lanusse decretó: hasta ahí muchachos, la cosa no da para tanto.

Pero al día siguiente lo vimos salir al General a la ventana de Gaspar Campos para saludar una y otra vez a las miles de almas esperanzadas que lo aclamaban. Creo que nunca nos dimos con Cacho un abrazo más emocionado. No era tan común como ahora besarse entre amigos hombres. Si la memoria no me falla, ese día rompimos la norma.

El 20 de junio del 73 no nos vio juntos pues fui con los compas de La Matanza y regresé atravesando campos y llorando como cientos de miles.

El 1ro. de mayo del 74 fuimos a la plaza y nos retiramos juntos pero dolidos, aturdidos como miles y miles. A partir de allí todo cambió. Nos reuníamos informalmente para tratar de explicar qué ocurría, qué les ocurría, qué nos ocurría. Desesperanza.

Tuvimos una breve primavera. El 13 de junio del 74 vimos pasar camiones con gente de la Villa de Soldati cantando la marcha peronista. Iban para la plaza, el General convocaba. Y allí mismo, contra viento y marea, contra el director que nos amenazó con abandono de cargo (sabíamos que no lo haría, éramos los maestros que más trabajábamos en la escuela) fuimos a verlo, a concertar con él la despedida, a enlazarnos en la más maravillosa música: para él nuestras voces, para nosotros la de él.

La escuela

Ya ven, la historia…, si se escribe desde el corazón, nunca es cronológica, porque cronos contra todos los supuestos no es lógico. ¿Es lógico que todo lo que estoy relatando haya ocurrido en solo, por ahora, tres años?

Fueron tres años donde ocurrieron tantas cosas en tan poco tiempo que hoy parecen inverosímiles. Nos reunió el 72 (éramos cuatro los mosqueteros), es decir, la esperanza de una patria para todos, y nos desparramó el 75. Así que Cacho y yo junto al Vasco Urdangariz y a Pocho Muro vivimos la alegría de la esperanza y la angustia del cataclismo.

Detalles de la escuela. Esténcil es una palabra algo arqueológica en el siglo XXI. Pero era el pan de cada día para los que queríamos que los pibes de La Quema tuvieran una escuela mejor que cualquier pibe de cualquier barrio. Así que aprovechábamos los mediodías para transcribir los textos que escribíamos para ellos. Cacho, el que menos usaba el corrector, un maestro, el maestro; yo, un verdadero peligro con la máquina de escribir (otro objeto que se herrumbra en los laberintos de la memoria).

Habíamos elegido esa escuela. Éramos suplentes y elegíamos las escuelas que casi nadie quería.

Antes, yo había elegido la 1 del 19 dentro de la Villa 20 de Lugano y allí nos fuimos turnando para seguir trabajando con el mismo grupo de pibes durante tres años, Eduardo Vicente y Daniel Feldman.

En la 11 descubrí el trabajo en equipo. La planta alta de la escuela estaba virtualmente tomada por Cacho, Pocho y Jorge (quinto, sexto y séptimo). Yo, el último que había arribado al paraíso de los nuevos sueños escolares, estaba en la planta baja con los niños de cuarto y algunas compañeras (no sé cómo pude querer y al mismo tiempo detestar a las mismas personas). Pero como trabajábamos por áreas y yo daba Naturales compartía con los pibes mas grandes varias horas a la semana.

¿Podrá creerse hoy que nos íbamos de campamento con sesenta u ochenta pibes a la costa de Quilmes o a San Antonio de Areco? Sí, nos íbamos el viernes en la tarde y regresábamos el domingo en la noche. Los cuatro mosqueteros con carpas, ollas y bolsas de comida, en colectivos alquilados y con la total confianza de los padres. Recuerdo haber compartido, con Cacho y los otros dos mosqueteros, por lo menos ocho o diez aventuras de este tipo a lo largo de esos años. ¿Estoy hablando de un mundo diferente? Lo sé, solo quiero dejar constancia que existió y que nuestro trabajo esos fines de semana era total y absolutamente voluntario.

Algo lindo de recordar eran nuestras exploraciones a La Quema. No íbamos solo a buscar niños que habían dejado de ir a la escuela; íbamos a reconocer cómo se las arreglaba la vida vegetal y animal para sobrevivir en los albores del mundo intoxicado. Descubrimos formas de vida que se enlazaban de manera única en ese entorno. Presentábamos nuestras conclusiones en asambleas periódicas con la asistencia de casi todos los pibes de la escuela. El nombre del hábitat que mostrábamos y explicábamos se llamaba ecosistema artificial degradado. No, si para nombrecitos siempre fuimos poetas…

La hora del recreo después de la comida era la hora fatal. Por eso, cuando no teníamos que tipear esténciles, hacíamos guardias de a dos para cuidar a los pibes en el recreo largo y los dos que no estaban de guardia hacían una siestita en el fondo de alguno de los salones. Verdad eso, para qué lo voy a ocultar. Aunque debo admitir que yo era mas adicto a la siesta que Cacho.

La lista de anécdotas podría ser interminable. Contaré la última en este apartado. Tiene que ver con el diseño de talleres trimestrales por la tarde donde se podía rotar pero había que permanecer tres meses una vez elegido uno de ellos: taller de huerta (había un baldío que usábamos en el fondo de la escuela), taller de escritura (Cacho, por supuesto), taller de teatro (no recuerdo quién lo coordinaba), taller de deportes (coordinado por el profe de educación física, buen tipo, reacio al compromiso político y gremial), taller de modelaje en barro y pintura (coordinado por la maestra de arte de la que no recuerdo el nombre pero que era muy bonita según mi parecer de ese momento). Yo ya vivía en pareja y cuando veía a la profe modelar barro sentía algunas contradicciones interiores que me ruborizaban un poco. Por eso trataba de no pasar por ese taller.

A mí me gustaba leer pero no me imaginaba coordinando un taller de escritura. Por eso coordiné el de huerta. Cacho era mi ídolo cuando leía con los pibes. Creo que allí se sembraron en mí algunas semillas que estuvieron latentes muchos años antes de que iniciaran su proceso de germinación.

Sé que algunes deben estar pensando que algo está mal en el relato, que tengo fallas de memoria o que estoy contando alguna mentirita. Digo esto pues dije antes que trabajaba también en La Matanza. ¿Cómo hacía este maestro para trabajar jornada completa en Capital y en La Matanza? Sencillo, salía corriendo de la escuela para alcanzar el tren a Gregorio de Laferrere que pasaba a las cinco menos cuarto por la estación Soldati. La estación estaba a una cuadra de la escuela. Y en González Catán y en Virrey del Pino trabajaba de siete de la tarde a las diez de la noche en la obra negra de una construcción abandonada que la transformamos en escuela. Y un detallito no tan pequeño: con Cacho y todos los compañeros poníamos plata para volantes y carteles de huelgas y movilizaciones pues en ese tiempo todo era a pulmón. AUDEC y la UDEM funcionaban con el dinero que voluntariamente aportaban los militantes como nosotros, o sus familias, claro. ¡Si habremos mangueado guita a la mamá de Cacho o a los viejos de Jorge!

Acabó el 75, comenzó el 76 y llegó la dictadura

Cacho en la 1 del 19, yo en la 22 del 19. Estábamos a 300 metros de distancia; recorrerlos para reunirnos significaba la posibilidad de que muchos ojos que desconocíamos radiografiaran cada uno de nuestros pasos. Por eso, como en una pesadilla impensable apenas un año atrás, nunca caminé de la escuela a la suya, nunca caminó de la suya a la mía. Y lo bien que hicimos en no hacerlo.

Recuerdo que el 24 de marzo del 76 llegué a la escuela y la portera me dijo que no había clase porque habían dado un golpe de Estado. ¡La portera me avisó! Hoy lo recuerdo y me parece increíble. Estuve tentado de ir a la escuela de Cacho, solo tenía que caminar de Riestra a Pola y entrar por la calle de la canchita de fútbol; una tontería que afortunadamente no cometí.

Entonces dejamos de ir al local de San Juan porque ya no hubo local de San Juan. Comenzamos a reunirnos en casas de familiares, amigos y compañeros. En menos de dos meses yo ya no tenía ni trabajo ni escuela y en menos de cuatro hubo allanamientos por parte de grupos paramilitares en la casa de Marcela, Nahuel y Cacho y por esos milagros que a veces ocurren, la fuerza de tareas no se llevó al niño como un trofeo más.

Creo que antes de eso vi a Cacho dos o tres veces más, siempre en casa de su madre. Dos meses después yo ya estaba en el exilio.

El 31 de diciembre de 1976 me ilusioné con su libertad. Los milicos mandaron a los diarios una lista de personas que según ellos habían puesto en libertad. En esa lista figuraba Cacho Carranza. Mi alegría fue tan grande como efímera. En horas supimos que la noticia era falsa. Una atrocidad más de la dictadura. De ahí en adelante solo recuerdos, ilusión de saber, bronca, tristeza.

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